viernes, 29 de abril de 2011

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Vivimos en la ilusión del perfeccionamiento, creemos que podemos pulir asperezas , entender a los demás, mejorar la comunicación, avanzar siempre hacia adelante. Intentamos cada día que la política se convierta en una ética y nos enfrentamos a los demás con esa convicción que hemos alentado dentro de nosotros mismos. Nuestras relaciones cada día son más públicas porque creemos que podemos poner puntos de vista en común y sortear los obstáculos. Pero no podemos sortear los obstáculos. Nunca hemos podido. Apreciamos a los demás hasta que tocamos hueso y en este punto ya nos perdemos. Poco a poco, esta prudencia se va convirtiendo en el ingrediente principal de nuestras relaciones y se trata de una prudencia política: el arte de no nombrar lo que no está en el orden del día. Nos acostumbramos a vivir así lejos de cualquier idea de eficiencia y ese deficit nos va matando. Alguien entonces siempre quiere hablar de ello. Pero no se puede hablar de algo que no está en el orden del día como si estuviera en el orden del día y ya sólo nos queda romper la baraja.

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