miércoles, 23 de marzo de 2011

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La vida debería ser como la música:un movimiento. Sin embargo, la mayor parte de las veces la vida se comporta como una fotografía, es decir , como un instante aislado,como un segmento que no hay forma de orquestar. Contemplamos un instante y , al hacerlo, intentamos oir la música de lo que fuimos, pero la mente es simplemente incapaz de trenzar los hilos. No existe inercia en una imagen porque en ella está casi todo dado. Un sonido, en cambio, no nos invita a detenernos( no nos invita a estudiarlo). Su propia percepción implica que el cerebro está activado, que se han atado los hilos, que la tarea ya ha concluido. Lo sublime de la música es que se nos ofrece como un resultado. Su mera percepción es una celebración. Precisamente porque no podemos entenderla, gracias a su opacidad, su poder para quebrarnos es infinito. La música no exige voluntad, sino que impone movimiento. Este movimiento no es un dictado o una directriz, es una grieta que se abre. La música nos prehabita, llega siempre si avisar. Todos los que aman la música, saben que hay algo alienígena en ella. Por otra parte, la tesis de que alguien pueda "no amar la música" nos resulta,como poco, impensable. Todos nos sentimos afectados por ella. Es más: todos deseamos ser música porque la vida, cuando es plena, no se nos ofrece como una tesis , sino como un resultado.