domingo, 11 de abril de 2010

1011

Para el que sólo puede contarla, la vida sólo vale la pena cuando es vivida. Para el que la vive y no sabe contarla, lo vivido se escurre entre los dedos. Por eso, aprender a decir es tan vital como aprender a actuar. Buscamos fuera algo que nos salve del desequilibrio y ponga el acento en aquella parte de nosotros que hemos descuidado, pues hacer y decir sólo pueden separarse en la mente de los necios. Nos fascina quién puede ofrecernos las palabras para componer el relato de nuestra vida , pero también aquel que sabe neutralizar toda la vanidad que encierra el lenguaje e impone el silencio con un gesto preciso. Formular la pregunta adecuada es tan difícil como marcharse en el momento justo y, en rigor, puede decirse que todas las faltas que experimentamos a lo largo de nuestra vida proceden de este desequilibrio entre lenguaje y acción.

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